Participo con este post en el Primer certamen literario Caldo Aneto Natural: Cuentos de Navidad y Madresfera. Espero que te guste.

Inglaterra, 13 de Mayo de 1796

Edward miraba pensativo todos los manuscritos que había sobre su mesa de trabajo. Ya era tarde y caía sobre los cristales de su ventana esa lluvia constante de la primavera británica. Tan solo la luz de una vela iluminaba la estancia, parpadeando tan inquieta como se encontraba él en ese momento.

Tenía tantas dudas. ¿Y si no funcionaba? Pondría en peligro la vida de un niño sano. Pero, si funcionaba ¿Cuántos millones de vidas podrían salvarse?

En esos pensamientos estaba cuando la puerta de su despacho se abrió. Su mujer , Catherine, se apoyaba en el marco de la puerta. Estaba despeinada y con ojeras, pero le parecía igual de hermosa. En sus brazos llevaba a su hija pequeña, de tan solo 2 años, la niña de sus ojos.

«Deberías descansar, Edward. Mañana es un día importante

Lo sé. Pero no dejo de pensar en todas las cosas que pueden salir mal. Es el hijo de nuestro jardinero, tan sólo tiene 8 años.«

Con la mirada brillante como la de un ratoncito, el pequeño Edward apareció por detrás del vestido de su madre. A sus siete años ya había destacado por ser un niño alegre y resuelto aficionado a las travesuras y los juegos.

Toma papá, un poco de caldo caliente.» dijo acercándole una taza a su padre. Éste la cogió y acarició la cabeza del pequeño. «Gracias, hijo» le contestó.

Una vez su familia abandonó la habitación, Edward volvió a a mirar todos los papeles de su trabajo y mientras tomaba un sorbo de aquella taza pensó: «Todo va a salir bien»

Madrid, 23 de diciembre de 2020

Bajo el agua caliente de la ducha, Esther podía sentir cómo le dolía cada músculo de su cuerpo. Ya había perdido la cuenta de las horas que había trabajado esa semana.

Al llegar a casa siempre el mismo ritual: zapatos a desinfectar, ropa a la lavadora y directa a la ducha. Así cada día desde el mes de marzo.

Odiaba sobremanera ponerse los EPIs en el hospital, pero sabía que era la única manera de protegerse de aquello contra lo que luchaba y que a tantas personas había visto llevarse ya.

Mientras se envolvía en un albornoz recordó los días de Universidad, cuando bromeaba con otras compañeras sobre el trabajo que harían en el futuro. Ella lo tuvo siempre claro, había elegido Enfermería para ayudar a los que más lo necesitaban.

Al otro lado del teléfono la misma conversación de cada noche:

¿Cómo estás, hija? ¿Has comido?«

Si, mamá. No te preocupes»– volvió a mentir como de costumbre.

Bueno cariño, cuídate mucho. Mañana te vamos a echar mucho de menos en la cena de Nochebuena. Te queremos» -Era la primera Navidad que no podrían pasar juntos.

El pitido del microondas le recordó el hambre que tenía y , calentándose las manos con una taza de caldo humeante, se sentó a ver las noticias.

Una vacuna. Efectividad del 90%. Millones de dosis preparadas para ser administradas. Inmunidad para las personas de riesgo.

De pronto su gato, único compañero desde que la pandemia arrasó con todo, se sentó ronroneando en su regazo. Ella lo acarició y le dijo :»¿Sabes, Edward? Todo va a salir bien»

El 14 de mayo de 1796 Edward Jenner inoculó al pequeño James Phillips el virus de la viruela bovina, pues estaba convencido de que le proporcionaría inmunidad contra la viruela humana que en aquellos momentos mataba millones de personas en todo el mundo. Meses más tarde, volvió a inocular al pequeño, pero esta vez con el virus mortal. El resultado fue sorprendente: el niño no experimentó enfermedad alguna. Fue el descubrimiento de la primera vacuna.

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Publicado inicialmente el23 noviembre, 2020 @ 9:44 pm